En los primeros ocho días de mayo, el Observatorio Digital de Femicidios del Centro de Justicia y Paz (CEPAZ), contabilizó un femicidio cada 21 horas en Venezuela. En el reporte de los tres primeros meses de este año 2022, esta ONG determinó que cada 26 horas uno de estos asesinatos había ocurrido en el país. Hace apenas un año la cifra era de un femicidio cada 38 horas. Es decir, la situación lejos de mejorar, empeora.
“Este no es un problema circunstancial. No son casos aislados. Se trata ya de una constante, una situación que no cesa y empeora cuando no se acciona a tiempo”. Así lo analiza Cristina Ciordia, coordinadora de Redes y Activismo de Cepaz.
La violencia de género, prosigue Ciordia, incluye algunos hechos que no son un crimen, pero que igualmente son violencia y solamente si las reconocemos a tiempo y les ponemos la lupa podremos evitar esa última y terrible consecuencia que es el femicidio”.
Pero si lo “normalizamos” si lo vemos cono algo inevitable que es parte de nuestra cultura, por que creamos que así son las relaciones o así es el machismo latinoamericano, no habrá solución para este gravísimo problema.
Ciorda propone que debemos dar un giro a todo eso. Romper con esas supuestas costumbres.
Recordemos, puntualiza Ciordia, que en todas partes del mundo la violencia de género involucra no solo a la víctima y a su agresor sino también al entorno de ambos.
De allí la importancia de que los allegados a la pareja estén alertas a situaciones y señales para que la relación no vaya escalando hasta un trágico desenlace.
¿Cuales son esas señales que debemos tomar en cuenta para una detección temprana de la violencia?
1.- Tomarse las amenazas en serio. Si un hombre en medio de una discusión con su pareja dice cosas como “te voy a matar”. No debemos tomarlo a la ligera. Incluso esa acción verbal hay que denunciarla. A veces esas expresiones se minimizan porque creemos que forman parte de nuestro entorno cultural y nuestra manera de ser. Pero eso no es verdad. Las amenazas, reitera Ciordia, hay que tomarlas en serio. Son una alarma que el propio agresor está pulsando.
2.- Las violencias escalan. Por lo general empiezan con palabras, groserías, faltas de respeto, manoteos al aire que pronto pueden escalar a empujones, confrontación física o golpes.
3.- Cuando haya alarmas de un ciclo de violencia hay que actuar. No debemos esperar que sea tarde para hablar, hay que denunciar. Es cierto que en Venezuela hay un problema importante de impunidad, es cierto que hay un problema de sub reportes. Pero cuando hay un patrón de violencia sostenido, tanto la víctima o alguien de su entorno tiene que actuar. Hay que denunciar, enfatiza la especialista.
Solo así se puede proteger a la víctima de esas nefastas consecuencias últimas.
Ciordia remarca que no solo se puede puede acudir a Fiscalía u otras instituciones del Estado sino que también existe el apoyo de muchas ONG -como Cepaz por ejemplo- que tienen centros de atención para víctimas y familiares.
Desde esos espacios se puede ofrecer atención efectiva que va desde lo legal hasta lo psico social.
En todo caso, puntualizó Ciordia, lo que no se puede hacer es quedarse callado, normalizar esa anomalía, pensar que ese es un problema de otra persona. Debemos recordar que hay vidas en juego.
¿Ocurren más femicidios en sectores socioeconómicos bajos?
No, nos contesta tajante Ciordia. La violencia no conoce clases. Lo que si conoce clases son las alternativas. Es decir, una mujer económicamente independiente tiene más posibilidades de removerse de ese entorno, de salirse de esa situación y librar incluso a sus hijos.
Allí si hay una marcada diferencia entre la mujer de escasos recursos y la que tiene una cierta holgura financiera: la diferencia son las posibilidades de zafarse a tiempo de ese espiral violento.
Por eso quienes trabajamos con derechos de la mujer hablamos mucho del empoderamiento y de la libertad económica como un antídoto en contra la violencia basada en género.
En Venezuela, por ejemplo, se tiene mucho ese discurso de la mujer aguerrida y guerrera o echada pa’ lante pero ese discurso no se está traduciendo en las estructuras de poder de la sociedad. La verdad es que el número de familias monomaternales que existe es muy elevado.
Esta retórica de la mujer venezolana como especie de heroina no permea a las realidades cotidianas de la gente.
Ese es un cambio social importante que debemos hacer. Ese cambio debe darse incluso en pequeños patrones diarios como por ejemplo que a las niñas las ponen a recoger la mesa y a fregar y a los varones no. Esas pequeñas acciones configuran una estructura de desigualdad de poder y allí en esa desigualdad se anida la violencia basada en género.
Así que esas pequeñas cosas diarias que ubican a niños y niñas en terrenos desiguales son las que debemos erradicar.
Desde lo micro, desde la transformación social, desde el cambio lento es que podemos lograr verdaderas transformaciones.
Pero, advierte Ciordia, también requerimos cambios urgentes. Por eso debemos exigirle acciones contundentes y auténticas al Estado.
Acciones reales. No retóricas. Por ejemplo, a principios de este año se aprobó una reforma a la ley orgánica para el derecho a la mujer a una vida libre de violencia.
Al ver el papel, como suele suceder, esta norma es fantástica. Pero en la vida real no se aplica. Esa ley dispone que en cada municipio del país debería haber al menos una casa de acogida para mujeres en situación de riesgo por violencia doméstica. Es decir debería haber mas de 350 edificaciones de este tipo, pero en la práctica hay apenas alrededor de 20.
El artículado de esta ley no se traduce en garantía ni en mayor seguridad del derecho a una vida libre de violencia.
Ese es un llamado urgente que debemos exigir como sociedad: es impostergable que el Estado asuma su responsabilidad de velar por la integridad y seguridad de todas las mujeres del país.